Entre las varias ideas sobre justicias y principios morales que nos acompañan, hay dos que predominan: la cristiana que nace en la Biblia y que durante siglos nos gobernó, y la de las revoluciones americanas y francesa, que la desplazó. Estas dos justicias son tan diferentes que sólo comparten tres de los diez mandamientos bíblicos: no matar, no robar, no mentir, pues no constituye delito alguno para la segunda ninguna de las conductas penadas en los otros siete: ni codiciar bienes ajenos (frecuente consecuencia de la miseria), ni dejar de honrar a los padres (que a veces no lo merecen y otras veces, dijo Jesús, debemos aborrecer), ni la violación de los cinco mandamientos restantes, tres dedicados a Dios y dos a encarcelar el sexo. Tan diferentes son, que se tornan antagónicas cuando para nuestra justicia constituye un delito, no la falta, sino el castigo que las Sagradas escrituras ordenan aplicar a los presuntos infractores: desde lapidación, degüello y hoguera (castigos individuales), hasta los castigos colectivos (hoy calificados como crímenes contra la humanidad, que el nazismo y el “proceso” repitieron) como el diluvio, el incendio de Sodoma y la destrucción de Jerusalén.
La incompatibilidad entre ambas justicias se extiende también a los mandamientos compartidos pues nuestra justicia ordena no matar a nadie, mientras la de la Biblia de ustedes sólo a algunos: algunos pueden matar y algunos deben morir: el mandamiento “no matar”es vecino de los que ordenan matar a idólatras, homosexuales, etc. Es por eso que usted calló o encubrió los crímenes de la dictadura: esas muertes están entre las permitidas, no afectan sus principios morales.
Este antagonismo se hace evidente cuando alguna de las partes exterioriza sus ideas públicamente, ya sea cuando usted se arroja contra los que usen o muestren el sexo prohibido, ya sea cuando los ateos, por ejemplo, defiendan su derecho a vivir según los principios morales que ustedes pretenden avasallar.
Así como el sexo es el eje, el alma, de los libros sagrados, por lo menos la principal causa del pecado y de la muerte que lo castiga (todas las muertes se originan en el Pecado Original y muchas se adelantaron por sodomía, adulterio, fornicación, ayer, por la sífilis y por el SIDA hoy), el sexo es el centro obsesivo de las ideas que usted expresa. Si bien suele referirse a la miseria y al SIDA (preocupaciones ambas que son casi herejías, puesto que Jesús afirmó que los pobres son afortunados pues la pobreza asegura el ingreso al cielo, y dijo también bienaventurados a los muertos pues, como explica San Cipriano, sólo los judíos deben temer a la muerte porque irán al infierno, los cristianos deben desearla: es el último trámite antes de comenzar a contemplar a Dios para siempre) a usted lo perturba la actividad sexual ajena, cómo y quiénes la practican, qué zonas del cuerpo se utilizan, si lo hacen hombres entre sí, si se hace por placer y no con propósitos fecundantes, si se la muestra en la TV, si las muchachas muestran demasiado con polleras muy cortas y escotes muy bajos, si se debe dar educación sexual en las escuelas, videos contra el SIDA, usar anticonceptivos, vetar preservativos, penar el aborto aunque sigan muriendo millares de muchachas víctimas de abortos clandestinos, si se pueden mostrar senos en la televisión o hablar del cuerpo de la virgen María. Después de atacar estos y otros temas vinculados al sexo, usted la emprende contra la muestra de arte erótico donde tengo algunas obras.
Como usted sabe el sexo también se muestra en algunas de las iglesias donde se reza para no caer en tentación sexual. Entre los casos más curiosos se cuenta el de aquella pareja, supongo de adúlteros, que el Giotto pintó en la Capella degli Scrovegni, en Padua, que los muestra colgados sobre el fuego, boca abajo, la muchacha con un gancho en la vajina y su amante con una soga atada al pene. En esa misma capilla, y en el mismo infierno, se ve a un demonio que arranca con una gran tenaza parte del pene de un pecador sexual. Miguel Angel por su parte pinta en la Sixtina un pecador a quien Satanás, o alguno de sus colaboradores, le ha metido el puño en el ano, supongo para arrancarle las entrañas y castigarlo así por alguna falta cometida en aquella zona.
Cuando me invitaron a la muestra cuestionada no se me ocurrió pensar que algún purpurado y su feligresía pudiera indignarse porque algunos artistas mostremos en la Recoleta, con un cartel que dice “prohibido para menores de 16 años”, obras menos agresivas que las que se le permiten exponer al Giotto y a Miguel Angel en las capillas italianas, sin siquiera obligarlos a colgar un cartel similar en la puerta. En aquella oportunidad recordé los numerosos episodios de sexo que se leen en el Antiguo Testamento, en fuerte contraste con la aversión que se desprende de los Evangelios. Pensé entonces en introducir un poco de erotismo en esos libros frígidos, investigando cómo aparece el sexo en los numerosos y resplandecientes cuadros que recuerdan la Anunciación. Como usted no vio la muestra acompaño un escrito, que acompaña a la obra, donde se explica la intención de la misma y se mencionan algunos pasajes bíblicos que se refieren a estupros, violaciones, adulterios y asesinatos por motivos sexuales, versículos que entiendo se cuentan entre los que ustedes leen y comentan desde el púlpito y que el Concilio Vaticano recomendó fueran objeto de “lectura asidua” para adquirir la “ciencia de Cristo”.
Es posible que usted argumente que en las iglesias se puede mostrar el sexo porque se lo muestra junto al castigo que merece su uso equivocado, como si fuera parte de la catequesis, o como ilustraciones para las clases de catecismo que en esas iglesias se dan a los niños que tienen que hacer la Primera Comunión. Es decir que su religión permite mostrar sexos en una iglesia siempre que estén acompañados por el torturador que los castiga, pero que eso no autoriza a mostrarlos en las salas de la Recoleta como si fueran sólo sexos libres, felices, inocentes.
Pero entiendo que la objeción no es tanto porque se muestran anatomías prohibidas sino porque se las vincula con imágenes sagradas y constituyen un ataque a la religión. Si tal es la idea, le advierto que también pueden ser vistas como cumpliendo órdenes de Jehová, quien en uno de los mandamientos del Exodo, que ustedes no incluyen en sus catecismos, ordenó: “No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra: no te inclinarás ante ellas ni las honrarás” Ex. 20, 3. Y no se limitó a prohibir los ídolos, como los que exponemos en la Recoleta, sino que ordenó destruirlos: “Las esculturas de sus dioses quemarás en el fuego” Dt. 7, 25. Los católicos que llegaron a estas tierras, cumplieron este mandamiento quemando los ídolos de los aborígenes, pero lo cumplieron sólo para infringirlos enseguida reemplazando aquellos ídolos por los propios, las vírgenes, santos, palomas y corderos , cuyo número aumenta cada día, pues siempre aparecen nuevas vírgenes y nuevos santos que agrandan más y más la cabeza politeísta de esta religión que le robaron a Jehová.
Jehová, clarividente, parece haber adivinado que llegaría un Hijo que, como suele suceder entre los mortales, trataría de anularlo, emularlo y quitarle el mérito de la Creación , (de la creación del hombre, la mujer, el sexo y las venéreas) y es por eso pienso que se cuidó de advertir decenas de veces que El lo hizo todo y que El es el único dios y el único salvador: “No conocerás otro dios sino a mí” Os. 13,4, “Yo soy yo. Y no hay dioses conmigo” Dt. 32, 39, “Yo, yo Jehová y fuera de mí no hay quien salve” Is. 43, 11, “Yo Jehová que lo hago todo” Is. 44, 24. Y para evitar la llegada de otros dioses a su territorio, maldijo a los idólatras y ordenó matarlos: “Maldito el hombre que hiciere escultura (Donatello) o imagen de fundición abominación a Jehová” Dt. 37,15, “El que sacrificare a dioses excepto a Jehová, será muerto” Ex. 22, 20. Sin llegar a esos extremos, parte de las obras de “Erotizarte” que usted censura porque hieren versículos del Nuevo Testamento, obedecen como puede ver a otros del Antiguo.
Cuando la Declaración de los Derechos Humanos de la ONU afirmó que el derecho de poder elegir cualquier dios o ninguno, se democratizó la corte celestial: todos los dioses tienen los mismos derechos y, si se acepta que la “blasfemia” es un delito, todo ataque a cualquier dios de la multitud de dioses que nos sobrevuela es un delito. Esto convierte a las Sagradas Escrituras en un recipiente de blasfemias que tilda a las divinidades “ajenas” (incluidas las cristianas) de trapo de “menstruo” , a los templos judíos de “Sinagoga de Satanás”y a los judíos que no creían que el hijo de María y José era Hijo de Dios, de “serpientes generación de víboras”, como les decía Jesús.
Estos antecedentes convierten en barro los pies de quienes, apoyados en una religión blasfema, exigen el retiro de obras cuya blasfemia si la tienen, desaparece cuando la Biblia nos cuenta cómo degollaron a los sacerdotes de Baal, destrozaron sus templos, los convirtieron en letrinas, quemaron sus imágenes y esculturas, amenazaron a quienes las adoraban con arrojar sus cadáveres, que perros y buitres comerían sobre los cadáveres de sus ídolos, de barrerlos como estiércol y de derramar su sangre como polvo y su carne como excrementos. (1R. 18, 40; Lv. 26, 29; Sof. 1, 17).. Si nosotros tenemos que ocultar nuestras “blasfemias”, ¿dónde y cómo van ustedes a ocultar las suyas?
La blasfemia es un tema de interés hoy porque es el pretexto para un nuevo atropello de la justicia católica sobre la democrática, que ateos y agnósticos no sabemos defender. En carta a La Nación del 12/2/93, el Secretario de Culto, Angel Centeno, explica que se está planeando una ley que dividirá a la población en dos partes: los que profesan una “religión reconocida”, que podrán incriminar penalmente a quienes “hicieren escarnio” de sus dogmas, ceremonias, símbolos, lugares de culto (¿y si alguno cita el Nuevo Testamento para hacer escarnio de los judíos diciendo, como Jesús, que sus sinagogas son “sinagogas de Satanás”? ) y sacerdotes, de un lado, y del otro el resto de los mortales que no podremos defendernos ni incriminarlo por los escarnios que usted nos lanza desde su púlpito oficial del Canal 7, porque no tenemos un dios que haya sido reconocido por la Casa Rosada. Una virgencita de yeso y la casulla de un cardenal tendrán mayores derechos que un ser de carne y hueso.
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Escandalosas, obscenas, corruptoras, animales, asco, chiquero, pervertidos, enfermos, blasfemos, son algunas de las palabras que usted usa para referirse a hechos que su moral no admite pero que nuestra justicia no prohíbe: ¿cuál de esas palabras usted utilizó para dirigirse a los delincuentes que visitó en el Penal de Magdalena el día de Santa Magdalena de 1988?. Si nosotros o nuestras obras son basura ¿qué es para usted Videla que acumula la mayor cantidad de delitos de la historia penal con 495, desde robo a asesinato con torturas? A usted que le interesa el sexo: ¿qué dice y dijo de las innumerables violaciones denunciadas contra sus amigos militares? ¿Y su preocupación por los abortos, vidas que se pierden dicen ustedes, lo llevó a preocuparse por las madres que asesinaban luego de parir y por los hijos que robaban? ¿Qué les dijo o les dice a los indultados pero no absueltos responsables? Usted apoyó al “proceso” con palabras y con silencios y cuando se acercaba el tiempo de la justicia usted los apoyó pidiendo el olvido de crímenes y víctimas. Usted se dio cuenta entonces de que había desaparecidos y de que había que resolver “el problema de los desaparecidos” cuya solución no era encontrarlos y castigar a los asesinos, sino olvidar todo, la “ley de olvido”. Cuando por fin mencionó a los desaparecidos no fue para apoyar a los millares de padres y madres que denunciaban los secuestros, usted se dedicó a desprestigiarlos afirmando que “hay supuestos desaparecidos que están vivos fuera del país” (Nación 23/3/83). Si usted tenía poder para localizar “desaparecidos vivos” fuera del país (nunca dijo cómo se llamaban), por qué no localizó ninguno de los millares que todos los días se denunciaban aquí?
¿Me pregunto cuál de sus calificativos podría usar, si plagiara su estilo, para describir su conducta de las dos morales: la moral que grita contra el sexo hoy y la que en silencio apoyó a los delincuentes del “proceso”ayer, la moral de sus amigos de Magdalena.
León Ferrari
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