1 de enero de 2007

El periodo revolucionario

Nada más ser liberado el marqués, su mujer se apresura a separarse de él, no se sabe bien por qué. El caso es que el ciudadano Sade se encuentra totalmente libre y desligado de sus anteriores vínculos, pero al mismo tiempo aislado y sin recursos. Ante las nuevas ideas que dominan Francia y la situación tan peligrosa para un antiguo noble, decide adoptar la profesión de escritor. A partir de ahora será "M. Sade, homme de lettres". Se apunta en la Sociedad de Autores y dedica todos sus esfuerzos a que se representen sus obras de teatro. Vale la pena dedicar un poco de atención a estas obras, porque sin ellas nuestro concepto sobre la calidad literaria del marqués y el análisis de su personalidad podrían quedar deformados. Son obras de teatro inocentes y "normales", como las que habría podido escribir cualquier otro autor, y no peores, por lo que se dice. Desgraciadamente, la fama de las novelas sádicas es tan grande que las ha ocultado hasta el punto de que a menudo se las ignora. Yo, al menos, no sé ni siquiera si existe alguna traducción al castellano de alguna de ellas, y no lo creo. Parece como si nuestro siglo se esforzase en fijarse en lo que el siglo de Sade quiso ignorar y viceversa. Se critica a Sade por su libros escandalosos, cuyas ediciones y traducciones se multiplican y, en cambio, se ignoran estos otros, considerándolos poco interesantes. El caso es que, a pesar de su inocencia, algunas de estas obras fueron rechazadas por cuestiones morales, con unos argumentos que hoy nos parecerían inauditos, pero que en ese momento, con los ánimos tan exaltados como estaban ante la situación del país, eran comprensibles. Curiosamente, la más inmoral de todas, la historia del conde Oxtiern, fue la primera en representarse, no sin un cierto escándalo. Paralelamente, pero a escondidas, Sade trabajaba en la redacción y publicación de sus novelas (Justine, Aline y Valcour, Juliette,..). El carácter radical de muchas de estas obras obligó siempre a Sade a esconderse y a negar ser el autor de tales manuscritos. La misma Justine, a pesar de ser indiscutiblemente suya y su obra más famosa, siempre sufrió este rechazo. Ya estaba la situación bastante delicada como para atreverse a declararse autor de libros como estos. Si los publicaba era, en gran parte, porque necesitaba el dinero. Ocurre que, aunque de manera más o menos velada, las novelas picantes gozaban de cierto prestigio en una parte del público, y Sade ve en ello una buena oportunidad de conseguir el dinero que tanto necesita. Sin embargo, no quiere que se le confunda con la mayoría de escritores eróticos, a los que desprecia extraordinariamente. En la Historia de Juliette comenta las obras de estos autores, considerándolas miserables folletos hechos en los cafés y burdeles, que prueban en sus mezquinos autores dos vacíos a la vez: el de la mente y el del estómago. La lujuria, hija de la opulencia y la superioridad, sólo puede ser tratada por personas de cierto temple,... por individuos en fin, que, acariciados primero por la naturaleza, lo sean a continuación después por la fortuna por haber ensayado ellos mismos lo que nos traza con su pincel lujurioso; y esto es absolutamente imposible para los granujas que nos inundan con los despreciables folletos de los que hablo.En este momento es cuando conoce a Marie-Constance Renelle, a la que dedica Justine. Esta mujer a la que el apoda "Sensible", estaba casada con un tal Quesnet, que marchó a las indias, dejándola a ella y a su hijo en Francia. Sade sintió un gran afecto por ella y la contrató como ama de llaves. Incluso le leía sus obras para que ella diese su opinión, igual que hacía Rousseau. Constance se convirtió a partir de entonces en su mujer de hecho, y le ofreció un valioso apoyo en los momentos difíciles. Vale la pena reproducir unas frases que el marqués dirigió al hijo de Constance:
"Piensa, amigo mío, que la existencia de tu madre se ha repartido para componer la tuya: esta existencia de que disfrutas sólo es, hablando con propiedad, una emanación de la suya... Piensa, amigo mío, que el tributo de ternura y respeto que le debes no es nada comparado con los cuidados que te ha prodigado... Te he dicho a menudo que una madre es una amiga que la naturaleza sólo nos da una vez y que nada en el mundo puede sustituir cuando tenemos la desgracia de perderla. Entonces no encontramos nada que pueda ocupar su lugar; los rasgos envenenados de los hombres, su maldad, sus calumnias, su perversidad, nos alcanzan sin obstáculo. Nos refugiamos en el seno de una amigo, de una esposa, pero ¡qué diferencia, mi querio Quesnet! Ya no encontramos las atenciones desinteresadas de una madre, esta sensibilidad preciosa, no alterada por ningún interés particular. En una palabra amigo mío, ya no son las manos de la naturaleza."
Durante los difíciles años de la revolución francesa, se ve obligado, como tantos otros, a abandonar las viejas costumbres e ideales y acoplarse a los nuevos tiempos. Sin embargo, Sade nunca dejó de ser un aristócrata. Ya fuese un niño jugando en el palació de los Condé, un marqués provenzal residente en el castillo de la Coste, un prisionero en Vicennes o un ciudadano en las calles de París, siempre fue un noble y siempre despreció al pueblo. Cuando se le dice que hay que fijarse en los méritos de la persona, y no en su pasado, responde:
"Es cierto cuando las virtudes hacen olvidar su nacimiento; entonces hay que estimarles incluso más que al noble inútil o ignorante que, al no ofrecer a la sociedad más que el pergamino merecido por sus antepasados, sólo se presenta para hacer notar más la diferencia entre él y sus abuelos. Pero cuando el hijo de un jardinero de Virty, el de un banquero de Avignon, o el de un alguacil de esclavos de galera, recién salidos de la bajeza y la crápula, sólo aportan a los puestos donde su bajeza les ha colocado los vicios vergonzosos de su origen, todo los sumerge de nuevo sin que se den cuenta en el fétido pantano adonde les condenó la Naturaleza, y su nariz que asoma a la superficie de la tierra les da el aspecto, creo yo, de un sapo asqueroso y sucio que intenta salir del fango y sólo consigue hundirse todavía más y confundirse con él."
Se cuenta también una anécdota por sí misma insignificante, pero que permite hacerse una idea de la visión tan romántica de la vida que tenía el marqués. Un día trasladaban a Luis XVI en su carroza, poco antes de ser condenado, y en ese momento un hombre se acerca rápidamente a ella, echa una carta por la ventanilla y desaparece entre la multitud. Este hombre era el marqués de Sade. La carta se titulaba Petición de un ciudadano de París al rey de los franceses, y en ella el marqués le reprochaba el despotismo de su reinado y le pedía que, si volvía a reinar como antes, lo hiciese pensando más en la nación y no en los propios intereses de la corte. Otra muestra de su carácter la dio en el momento en el que el pueblo decide quemar los archivos en los que se guardan los títulos nobiliarios. Su primera reación entonces es escribir a Gaufridy, su notario, pidiéndole que abandone cualquier otra tarea (a pesar de lo apurado de la situación) y se ocupe ante todo de conservar sus papeles. Sin embargo, dadas las circunstancias, decide ejercer en la práctica el oficio de actor que tanto le gusta, y se hace pasar por un revolucionario. Se une a la causa aportando sus dotes literarias e incluso llega a ser presidente de su sección. Los discursos que redacta en aquella época, defendiendo las ideas revolucionarias, la mayoría de las cuales son diametralmente opuestas a las suyas, revelan, por un lado el riesgo al que estaba sometido, y por otro lo mucho que se debió divertir representando esa pantomima. Sobre sus opiniones respecto a la revolución, se ha conservado una carta que, probablemente, es más sincera que sus declaraciones públicas:
"A este respecto, no vayais a tomarme por un "enragè". Os aseguro que soy simplemente imparcial, enfadado de haber perdido mucho, más enfadado aún de ver a mi soberano con grilletes, desconcertado por lo que vos, caballeros de provincias, no conoceis ni por las tapas: que es imposible hacer y seguir haciendo bien las cosas mientras las sanciones del monarca sean reprimidas por treinta mil espectadores armados y veinte piezas de artillería; pero añorando muy poco, por otra parte, al antiguo régimen. Está claro que me ha hecho demasiado desgraciado para que lo llore. Tal es mi profesión de fe, y la hago sin temor."
Un buen día, sin embargo, se ve obligado a abandonar su puesto de presidente. Se discutía sobre la pena de muerte y al marqués le impresionó tanto la sola idea de la guillotina, que se mareó y tuvo que abandonar la sala. Este y otros incidentes minúsculos e insignificantes por sí mismos, pero que, en épocas como estas, resultan tan importantes, acabaron haciendo sospechar a sus camaradas, que comenzaron a mover hilos para que fuese condenado como enemigo de la revolución. Sorprende sin duda ver al marqués marearse ante la idea de la pena de muerte, él que ha escrito obras plagadas de crímenes y atrocidades. ¿A qué se debe esta disparidad? Nunca se sabrá, pero quizás resulte más comprensible si pensamos en la diferencia que separa al crimen del libertino, realizado por placer, con premeditación, y con mil detalles destinados a excitar la sensibilidad, del crimen de estado, frío y seco, que pretende justificarse a sí mismo como necesario, como una consecuencia de ciertas leyes que limitan la libertad del hombre y que, bajo la apariencia de defender el orden y la paz de la sociedad, esconden la tiranía de quienes tienen poder suficiente para imponerlas. El marqués de Sade fue, más que un ilustre libertino, un ilustre defensor de la libertad del ser humano, un enemigo de las restricciones impuestas por la sociedad, un hombre que se planteó siempre la cuestión de hasta dónde puede llegar una persona que pueda llevar a la práctica sus caprichos, sin que las pesadas normas que le imponen sus conciudadanos vengan a restringirlos. De ahí que para él la pena de muerte fuese la máxima aberración. Bajo el Terror de Robespierre, Sade es arrestado y se le envía a la guillotina. Varias acusaciones estúpidas, que pretenden desenterrar los hechos por los que ya cumplió condena bajo la monarquía, vienen a desembocar en una acusación que lo considera enemigo de la revolución. Con eso basta en esta época para morir. El propio marqués escribió:
"Es preciso ser prudente con la correspondencia, jamás el despotismo abrió tantas cartas como abre ahora la libertad."
De este modo, el terrible marqués, que ya ha pasado media vida en prisión por culpa de ciertas faltas insignificantes y que no ha perjudicado a nadie tras la toma de la Bastilla e incluso ha apoyado la causa revolucionaria, es conducido hacia la muerte, al igual que muchos otros inocentes, por los discípulos de Rousseau, por los defensores de la libertad. Sin embargo, en el último momento, cuando ya le llevaban en el carro junto a los otros condenados, las autoridades le dejan en libertad. ¿Por qué? Se especula con hipótesis referentes a la incompetencia burocrática del momento, al caos reinante, o también a las acciones de Constance que, desde fuera, hacía cuanto podía para que el marqués fuese liberado. Sea como fuere, Sade se libró de la muerte y decidió apartarse totalmente de la política, en vista de lo inestable de la situación.

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