1 de enero de 2007

Los primeros años

El 2 de Junio de 1740, el conde de Sade, Jean-Baptiste, y su esposa Marié-Éléonore vieron nacer al heredero de la casa, al futuro conde de Sade, al que pusieron de nombre Donatien Alphonse François. Mientras viviese su padre, el título que ostentaría sería el de marqués, con el que la Historia acabaría conociéndolo.El conde mantuvo siempre una gran preocupación por la educación de su hijo, intentando relacionarlo con lo más elevado de la sociedad francesa y realizando enormes sacrificios para que no le faltase nada, ni siquiera de lo que no es necesario. Esto tuvo un efecto muy negativo en su formación, y el propio marqués será quien diga, unos años más tarde, que con tantos cuidados no se consiguió otra cosa que desarrollar sus vicios. A esto contribuyeron también algunas mujeres amigas y parientes del conde de Sade, que en diferentes épocas estuvieron al cuidado del jovencito (que, por lo que se cuenta, les resultaba encantador).Dado que su madre pertenecía a la família de los Condé, tuvo la ocasión de pasar los primeros años de su vida en un palacio cercano a París, rodeado de todo el lujo y los cuidados que él mismo criticará más tarde.Vale la pena mencionar aquí a un personaje que tuvo la ocasión de conocer en aquel tiempo: el conde de Charolais, cuyo recuerdo sin duda debió resultar útil al Marqués cuando, años más tarde, escribiese sus obras. De entre otras muchas anécdotas espantosas, se cuenta que se divertía probando su puntería sobre los obreros que reparaban los tejados de la vecindad. Cuando más tarde se le detenía por asesinato, se libraba pidiendo el indulto al rey de Francia, hasta que un día Luis XV le dijo: "Señor, el perdón que me pedís se lo debo a vuestro rango y a vuestra calidad de príncipe de la sangre, pero lo concedería más de buen grado al hombre que os hiciese lo mismo".Al cuplir cinco años, su padre decide que ya es hora de que se traslade a Provenza, donde están las posesiones de la casa de Sade, de modo que marchó al castillo de Saumane, muy diferente al palacio donde se había criado hasta entonces, y mucho más parecido a los escenarios de su futuras novelas: aislado, sombrío y lleno de mazmorras. Allí pasó algunos años felices en compañía de unas mujeres amigas de su padre que lo empeoraron, mimándolo, y de su tío el abad, que tanto le ayudaría en su formación humanística y que tanto le inspiraría en el futuro, pues allí pudo comprobar también el Marqués el libertinaje de este buen ministro de Dios, que siempre estaba bien abastecido de prostitutas. Junto a su tío, el marqués recibió una gran fromación cultural. En la biblioteca de la família podrá leer a los más grandes autores antiguos y modernos, y aprender de ellos lo suficiente para superarlos. Volvió a París al cumplir los diez años, para entrar en el colegio Louis-le-Grand, uno de los más prestigiosos del momento, regentado por los jesuitas. Su padre debió realizar un gran esfuerzo económico para ello, pues aquí se educaban los hijos de las más nobles famílias de Francia. Aquí nació la pasión del marqués por el teatro, pues era una práctica habitual de la escuela realizar representaciones periódicamente. También sugieren algunos que aquí recibió las primeras impresiones en lo referente a la fustigación y también en lo referente a la sodomía. Se consideraba en aquella época que el castigo del látigo o las varas era un castigo noble, en contraposición a las bofetadas o los tirones de orejas, por ejemplo. Incluso existían tratados sobre ello, y realmente era una práctica habitual en los colegios, para reprimir a los alumnos que no cumplían las normas disciplinarias. Respecto a la sodomía, también existían muchas sospechas de que se practicaba más o menos habitualmente y de que los maestros la fomentaban entre sus alumos y la practicaban con ellos. Es difícil decir hasta qué punto estaba extendida esta práctica, porque este tipo de cosas siempre se quieren exagerar o minimizar. Sin embargo, habiendo leído las obras del marqués, parece difícil dudarlo.Durante los periodos de vacaciones, pasa temporadas en el castillo de Longeville, junto a una tal Mme. de Raimond y otras damas encantadoras (a juzgar por los testimonios que nos han quedado) que se dedican a juguetear con los sentimientos del jovencito y hacerle sentir los primeros arrebatos de amor.A los catorce años su padre lo saca el colegio para que se incorpore al ejército. Poco tiempo después estalló la guerra con Prusia y, según parece, Sade cumplió valerosamente con sus deberes militares. Todo el mundo alaba en esta época "la extrema dulzura de su carácter". Su padre se preocupa mucho por apartarle de las malas compañías, pues parece ser que el ejército también estaba infestado de todos los vicios. Sin embabrgo, el joven ya comenzaba a dar muestras de sus inclinaciones, y ya nunca sería posible apartarlo de ellas. Vale la pena reproducir una descripción que escribió el propio marqués de sí mismo a su padre durante esta época:
"Me preguntáis sobre mi plan de vida y mis ocupaciones. Os lo detallaré con sinceridad. Me reprochan que me guste dormir y es cierto que tengo un poco ese defecto: me acuesto temprano y me levanto tarde. Monto a caballo muy a menudo para examinar la posición del enemigo y la nuestra. Cuando hemos estado tres días en un campamento, conozco hasta el menor barranco, tan bien como el señor mariscal. Obro en concordancia con mis ideas, ya sean buenas o malas; las digo y soy elogiado o censurado en proporción con el escaso o ningún sentido común que contengan. A veces hago visitas, pero sólo a M. de Poyanne o a casa de mis antiguos camaradas de los carabineros o del regimiento del rey. No las rodeo de ceremonia porque no me gustan las ceremonias. De no ser por M. de Poyanne, no pondría los pies durante toda la campaña en el cuartel general. Sé que esto no me favorece; hay que hacer la corte para tener éxito, pero no me gusta hacerla. Sufro cuando oigo a alguien decir a otro, para halagarle, mil cosas que a menudo no piensa. Soy incapaz de interpretar un personaje tan tonto. Ser cortés, honrado, orgulloso sin arrogancia, solícito si palabras insulsas; satisfacer con frecuencia la pequeñas voluntades cuando no nos perjudican, ni a nosotros ni a nadie; vivir bien, divertirse sin arruinarse ni perder la cabeza; pocos amigos, quizás porque no existe ninguno verdaderamente sincero y que no me sacrificara veinte veces si entrara en juego el más ligero interés por su parte; igualdad en el carácter, que me haga vivir bien con todo el mundo, sin entregarme , sin embargo, a nadie, porque ya en el momento de hacerlo te arrepientes; decir lo mejor, hacer los mayores elogios de personas que, a menudo sin fundamento, han hablado muy mal de ti sin que lo sospecharas (porque casi siempre engañan más los que tienen el aspecto más atractivo y parecen buscar tu amistad). Estas son mis virtudes o aquellas a las que aspiro".
En 1763, al acabar la Guerra de los Siete años, se licencia. Su padre, que ya le buscaba esposa desde hacía tiempo, consigue casarlo con Renée-Pélagie, hija del presidente de Montreuil, una joven no muy agraciada, pero de buena posición económica y de un caracter prudente y sincero. Ya por esta época el marqués era un libertino rematado, y seguramente su padre pretendía apaciguar sus costumbres por medio de esta unión

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