El Evangelio según Marcos relata que Jesús, luego de elegir a los doce apóstoles, entró en una casa (posiblemente la de Pedro en Cafarnaúm) donde “se volvió a juntar la muchedumbre, tanto que no podían ni comer. Oyendo esto sus deudos, salieron para llevárselo, pues decíanse que estaba loco" (Mc 3,20). “Loco” dice la Vulgata (“in furore versum”). Otras Biblias traducen que “estaba fuera de si” (Biblia de la BAC) o que había “perdido el juicio” (Catena Aurea). Los deudos eran su madre y sus hermanos, (Mc 3,31) (exégetas catolicos aseguran que no eran hermanos de Jesús sino primos, hijos de una hermana de María también llamada María). Estos deudos, opina San Bède, el Venerable (675-735), “como no podían comprender las sapientísimas palabras que oían, creían que hablaba como un enajenado”. Para Teófilo ellos “creían que estaba poseído y furioso, y por tanto querían apoderarse de El, y encarcelarle como a un endemoniado. Y los que tal pretendían eran los suyos, estos es, sus deudos, sus compatriotas o sus hermanos”. (CA3, 39)
Esta opinión que de Jesús tenía su familia se comprende si se analiza su conducta a la luz de los Evangelios.
La incoherencia, un síntoma del desarreglo mencionado, se manifestaría en la contradicción de sostener en una página del Nuevo Testamento que no cambiará "ni una jota ni un tilde" de la ley del Antiguo (Mt 5,18), y en páginas vecinas romper la prohibición de trabajar los sábados, salvar a la adúltera que el Pentateuco condena a lapidación (para luego agravar el adulterio incluyendo en él a quienes codicien una mujer aunque no se acuesten con ella, Mt 5,28), reemplazar la ley del talión por amor indiscriminado (Mt 5,38) y contradecir a Jehová instando a comer lo que aquel había vetado en el Levítico: "Estos son los animales que comeréis de entre todos los animales que hay sobre la tierra: todo el que tiene pezuña hendida y que rumia, este comeréis. Pero de los que rumian o que tienen pezuña, no comeréis estos: el camello, porque rumia pero no tiene pezuña hendida, lo tendréis por inmundo. El conejo, porque rumia, pero no tiene pezuña. Asimismo la liebre, porque rumia, pero no tiene pezuña. También el cerdo, porque tiene pezuñas, y es de pezuñas hendidas, pero no rumia, lo tendréis por inmundo. De todos los animales que viven en las aguas comeréis: todos los que tienen aletas y escamas en las aguas del mar, y en los ríos, estos comeréis. Pero todos los que no tienen aletas ni escamas en el mar y en los ríos, así de todo lo que se mueve como de toda cosa viviente que está en las aguas, los tendréis en abominación. Y de las aves, estas tendréis en abominación; no se comerán, serán abominación: el águila, el quebrantahuesos, el azor, el gallinazo, el milano; el cuervo, el avestruz, la lechuza, la gaviota, el gavilán; el buho, el somormujo, el ibis, el calamón, el pelícano, el buitre, la cigüeña, la garza, la abubilla, y el murciélago. Y tendréis por inmundos a estos animales que se mueven sobre la tierra: la comadreja, el ratón, la rana, el erizo, el cocodrilo, el lagarto, la lagartija, el camaleón. Estos tendréis por inmundos de los animales que se mueven." (Lv 11,2). Jesús descarta estas órdenes del Padre, asegurando que no importa lo que entra al hombre, "porque no entra en el corazón, sino en el vientre, y sale a la letrina", lo que importa es lo que sale del hombre "del corazón de los hombres: los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia". Marcos agrega: "esto decía, haciendo limpios todos los alimentos" (Mr 7 , 15)
La relación que mantiene con Jehová es inestable. Se muestra obediente cuando reza el "Padre nuestro que estáis en el cielo, hágase tu voluntad" y cuando anuncia "Toda planta que no plantó mi Padre celestial será desarraigada" (Mt 15,18), pero simultáneamente lo contradice. Para Jehová el hambre es un castigo, parte de la pena que impuso a los hijos de Eva, usada para intimidar insumisos. Para Jesús el hambre es un mérito, un recurso para alcanzar la salvación: "bienaventurados los hambrientos, dijo, porque serán saciados" (Lc 6,21.
Según Jehová el trabajo es una obligación: trabajar para comer. Según Jesús es innecesario: en lugar de preocuparse por beber, comer y vestir, habría que buscar el reino de Dios.
En el Evangelio de Juan compite con Yahvé afirmando que su cuerpo es alimento superior al maná que aquel distribuyó en el desierto: "El que cree en mí tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come no muera. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo: si alguno comiere de este pan vivirá para siempre" (Jn 6,47).
Cierta debilidad lógica se revela en el enfrentamiento bondad-crueldad que acompaña sus palabras (origen de las corrientes del cristianismo que reflejan esas diferentes posturas éticas) que pasan de recomendar "amaos los unos a los otros" a prometer severos castigos a los incrédulos; de pedir que se bendiga a quienes nos maldicen (Mt 5,44) a maldecir a quienes no lo sigan; de aconsejar amar a los enemigos (Mt 5,44) a condenar los de él al fuego eterno; de incitar a ofrecer una mejilla si nos golpean en la otra a afirmar luego que "el que no está conmigo está en contra de mí" (Mt 12,30) (idea que Mussolini repitió diciendo "Chi non è con noi e contro di noi"); de manifestar particular preferencia por los niños (Mr 10,14) pero advertir que a su vuelta castigará a la humanidad con penas equivalentes al diluvio, Sodoma y Gomorra (Mt 24,27, Lc 17,28), donde fue ahogada y quemada la población infantil junto a los óvulos fecundados que hoy preocupan al Papa, Ménem y De la Rúa.
Cierto egocentrismo y alguna agresividad parecen ser el origen de ideas como: "a mis enemigos que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos acá, y degolladlos delante de mí" (Lc 19,27), y "el que es incrédulo al Hijo no verá la vida" (Jn 3,36). En este versículo establece una nueva falta, no creer en su origen divino, no prevista en el Antiguo Testamento, que promete castigar con suplicios (hoy penados en la "Convención contra la Tortura y otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes" ONU 1984), por los que se está enjuiciando a varios seguidores suyos.
El carácter de Jesús se habría manifestado en su niñez. Uno de los Evangelios apócrifos, atribuido al evangelista San Mateo, cuenta que a los tres años de edad jugaba en la orilla del Jordán cuando un chico, “hijo del diablo” dice Mateo, destruyó lo que estaba haciendo, “Ay de ti, hijo de la muerte, hijo de Satanás! - le gritó Jesús - ¿Te atreves a deshacer lo que yo acabo de construir’. Al momento quedó muerto el rapaz” (EA224).
Algunos episodios de la conducta de Jesús desconciertan: la recomendación de castrarse para salvarse, Mt 19.12 (que implica un enfrentamiento con Jehová pues jerarquiza a los eunucos que aquel discriminaba: prohibió que entraran "a la congregación del Señor" quienes tengan "los testículos aplastados o el pene amputado", Dt 23,1). La advertencia “mas ¡ay de las preñadas y de las que crían en aquellos días!” (Mt 24,19) que según alguno de sus exegetas significa que en el Apocalipsis las mujeres embarazadas corren el riesgo de padecer un hambre tan aguda que se comerán los hijos que parieren, ("escondidas de sus maridos para no compartirlos", agrega el Deuteronomio donde nació esta idea, Dt 28,57). La idea de asumir el papel del cordero que durante el exterminio de los primogénitos egipcios salvó la vida de los israelitas cuando estos, para evitar que Jehová omnisciente se equivocara de puerta, mataron corderos y marcaron las suyas con la sangre. Jesús toma este relato del Éxodo y lo canibaliza al reemplazar con su cuerpo al del cordero, advirtiendo que su carne es verdadera comida, y su sangre es verdadera bebida (Jn 6,5); contradice así una vez más a Yahvé que prohibía beber sangre (Lv 17,13). El destino de la sangre de Jesús se canta en las Iglesias "Sangre de Cristo, embriágame" dicen hoy a coro los feligreses. Esta extraña iniciativa de Jesús de transfigurarse en un cordero, es cuestionada entre otros por Hume quien, luego de mencionar a Averroes (“Para Averroes la religión mas absurda e insensata es aquella en que los fieles comen a su divinidad después de haberla creado”) asegura que “en todo el paganismo no se puede encontrar una doctrina tan ridícula como la doctrina de la presencia real (el dogma eucarístico) pues es tan absurda, que elude la fuerza de todo argumento”, (HD 74) y agrega que “es muy posible que en el futuro sea difícil persuadir a algunas naciones de que la alguna criatura humana de dos piernas haya podido jamás abrazar tales principios”, (HD 75).
Las relaciones de Jesús con su familia desconocen el cuarto mandamiento de su Padre. A José, quien durante treinta años pasó por ser su padre carnal en Nazaret, que le enseñó su oficio y lo mantuvo mientras estudiaba la Tora, Jesús adulto lo olvida. A su madre María, quien por él renunció al sexo, cuando se acerca junto a sus hermanos y pide hablarle no la recibe, la desconoce y pregunta a quien los anuncia "¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos?" y, según relata Mateo, "extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: he aquí mi madre y mis hermanos" (Mt12,46). Mateo recuerda otras ideas de Jesús sobre el vínculo familiar "No penséis que he venido para meter paz en la tierra: no he venido para meter paz sino espada. Porque he venido a hacer disensión del hombre contra su padre, y de la hija contra su madre, y de la nuera contra su suegra. Y los enemigos del hombre serán los de su casa. El que ama a su padre o madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama hijo o hija más que a mí, no es digno de mí" (Mt 10,34).
La mayor diferencia que establece el Evangelio respecto a la Tora se refiere a la inmortalidad, cancelada por Jehová para castigar la falta de Eva, castigo al que agregó cotidianos padeceres a los mortales destinados a purgar las violaciones a sus mandamientos. La Justicia de la Tora limita esas penas con la muerte. Jesús introduce dos cambios: agrega un nuevo y principal pecado, el de no creer en su origen divino, y restablece la inmortalidad. El pecador, muerto luego de cumplir las penas dispuestas por Yahvé, es resucitado para ser castigado por una nueva falta, bajo un nuevo tribunal y con una pena más dolorosa y prolongada que las ya sufridas. Esta diferencia con el Padre, lo expresa el Hijo en el Evangelio según Lucas: "No temáis de los que matan el cuerpo y después no tiene más que hacer, mas yo os enseñaré a quien temer: temed a aquel que después de haber quitado la vida, tiene el poder de echar en el infierno: así os digo: a ese temed" (Lc 12,4).
El resultado del universo -cielo tierra infierno y eternidad- propuesto en los Evangelios, el balance de la felicidad de los pocos que contemplarán a Dios eternamente, frente a los sufrimientos de los muchos que no podrán contemplarlo, parece indicar que Jesús olvidó el consejo "ama a tu prójimo como a ti mismo". Si a la luz de esta idea se analiza el Cristianismo, es posible que se concluya que la felicidad de los realmente salvados (felicidad perturbada pues, según San Agustín, mientras contemplan a Dios en el cielo sabrán lo que Satanás les está haciendo a sus amigos y parientes en el infierno) no justifica los padecimientos de los salvados condenados, y que preferible sería volver al Pentateuco, a Yahvé y abandonar Evangelio, cielo, infierno e inmortalidad.
El desarreglo mental del que nacieron los Evangelios se extiende a los artistas que los ilustran, y que ilustran los dos Testamentos, desarreglo necesario para pintar con los mismos pinceles las dos crueldades que alimentan la estética y la ética de Occidente: para lamentar y condenar la injusta crueldad pintando crucifijos, cabezas del Bautista, suplicios de Santa Cecilia, flechas en San Sebastián, y al mismo tiempo exaltar la justa crueldad de sus dioses imaginando muertos ahogados en el diluvio, quemados en Sodoma, degollados en el Apocalipsis y resucitados torturados en los infiernos. Dante Alighieri, quien para Lautrèamont era una “hiena de primera clase” (L270), recurre a la palabra para inventar nuevos padecimientos destinados a lujuriosos y glotones.
El arte religioso
Las llamas del infierno "que nunca se apagan" son representadas por Miguel Angel, el Bosco, Luca Signorelli, Fra Angélico, el Giotto y Doré, uniendo al erotismo de los cuerpos desnudos las torturas que sufren en manos del diablo. Entre las innumerables gehenas que adornan Biblias, conventos, museos y catedrales, se destacan algunas imágenes cuyos autores pensaron que a los pecadores del sexo correspondía torturarlos en sus genitales. El Giotto, en la Capella degli Scrovegni en Padua, puso en su infierno a una pareja de adúlteros colgada sobre el fuego, él con una cuerda atada al pene y ella con un gancho en la vagina; a su lado un monje "fornicador" a quien un diablo le está cortando el pene con una gran tenaza; Miguel Angel pinta en la Sixtina a un homosexual a quien un demonio mete la mano en el ano como para arrancarle las tripas; el libro "Grant Kalandrier des Bergiers") del siglo XV, muestra un infierno con varios diablos castigando a mujeres, uno de ellos metiendo su lanza en una vagina.
En el "Juicio Final" de Lochner aparece una multitud de cuerpos desnudos arrastrados por demonios. Los abrazos de los cuerpos claros de los impíos con los oscuros diablos, sobrevolados por ángeles tan negros como estos, parecen ilustrar una orgía terrenal acentuada en la imagen de una mujer que vomita monedas de oro, que parece ser violentada por un demonio mientras otros dos la sujetan. Cerca de ellos un diablo acostado y encima de él un pecador, que podría ser una pareja de sodomitas.
El Bosco pinta diablos diferentes: insectos con cabeza de pájaro y colas de plantas tropicales; uno de ellos come, en el Infierno del "Jardín de las Delicias", a un pecador de cuyo recto vuelan pájaros negros, como golondrinas; otro es torturado con una flauta metida en el ano que sostiene una gran corneta; una muchacha tiene un sapo o un coleóptero entre sus pechos, uno de los cuales es tomado por un diablo con cabeza de perro negro, mientras otro la acaricia con una mano que no es mano sino rama. Vecina a ellos, una chica defeca monedas amarillas.
En el fresco "Los condenados" de Luca Signorelli, en la Capilla de San Brizio de la catedral de Orvieto, se expone una suerte de bacanal donde el castigo se confunde con relación erótica entre diablos y pecadoras atormentadas en diversas formas pero al mismo tiempo abrazadas, mordidas, como suponiendo que uno de los castigos al sexo en el más allá pudiera ser una repetición de la relación sexual de la que las brujas eran acusadas de tener con el diablo en la Tierra. Un demonio muerde una oreja, otro aprieta con su pie la cabeza de una mujer en el suelo mientras con ambas manos tira de una cuerda para ahorcarla, un tercero abraza fuertemente a una muchacha que muestra una cara compungida sobre sus pechos. Encima de la multitud de castigados y castigadores un diablo alado lleva volando una mujer, dos demonios acompañan la caída de otros tantos condenados y tres ángeles armados vigilan que nadie escape al castigo. Signorelli parece decir con su obra que, mientras en el cielo no hay sexo, en el infierno una de las formas del castigo sería el estupro y la violación que el Antiguo y el Nuevo Testamento condenan. Si tal es su intención, Signorelli estaría cuestionando a Santo Tomás de Aquino quién afirma que los resucitados conservarán sus órganos sexuales, pero no podrán usarlos resucitados como se utilizan aquí.
Fra Angélico, con la sensibilidad que mostró pintando ángeles y vírgenes en San Marco, inventa los tormentos que aparecen en su "Juicio Final": gente con serpientes enroscadas, sangrando herida por diablos armados de tridentes, atada hambrienta junto a una mesa llena de alimentos, cerca de varios diablos que funden oro y lo vierten en la boca de un pecador. Un renegrido Lucifer metido en una gran olla donde hierven pecadores, dos de ellos apresados en sus manos, dos que salen por sus orejas mientras devora a un tercero. Esta escena es parecida a la visión de Dios que Lautréamont escribe en Los Cantos de Maldoror: "el Creador tenía en la mano el tronco podrido de un hombre muerto y lo llevaba alternativamente de los ojos a la nariz y de la nariz a la boca (...) sumergía sus pies en una vasta charca de sangre en ebullición, en cuya superficie aparecían bruscamente, como tenias a través del contenido de un orinal, dos o tres cabezas medrosas..." (Canto II ,estrofa 8).
Junto a los suplicios que se aplicarán después de la resurrección, las Sagradas Escrituras relatan diversos episodios de muerte y tortura que inspiraron a los artistas cristianos. David (quién en el salmo 58,11 canta: "el justo lavará sus pies en la sangre del impío"), luego que sus tropas vencieron a la ciudad de Rabba, sacó al pueblo que estaba en ella, y "púsolo debajo de sierras, y de trillos de hierro, y de hachas de hierro; e hízolos pasar por hornos de ladrillos y lo mismo hizo a todas las ciudades de los hijos de Ammon" (2S 12,30). Estas técnicas aparecen en el "Dictionnaire Historique de la Bible", del Reverendo Padre Augustin Calmet, editado en Paris en 1730, que muestra un carro con ruedas dentadas tirado por caballos que están pasando por encima de dos cautivos; otros dos caballos arrastran una plancha con dientes y púas sobre otros ammonitas y una laja de piedra que aplasta a algunos cautivos. Doré, en un grabado titulado "David castiga a los ammonitas", muestra al rey recostado sobre un carro, tirado por seis caballos, contemplando el reguero de muertos y moribundos que quedan tras él, víctimas de las espadas curvas que salen del carro y de sus ruedas; Doré muestra a Elías usando hachas para degollar a 850 sacerdotes de Baal a orillas del arroyo Cisón. Jean Fouquet en el siglo XV representa a doscientos cincuenta hombres que fueron quemados por rebelarse contra Moisés (Nm 16,35); Doré y Schnorr recuerdan al ángel exterminador de primogénitos egipcios; espadas blanden los cuatro ángeles apocalípticos que pintó Juan Gerson en la Iglesia de Tecamachalco, México, en el siglo XVI, los mismos que aparecen en una xilografía de Durero; un Angel con espada que parte varias cabezas, representa en la Biblia Winchester la peste que castigó a Jerusalén, tema del que también se ocupó Doré.
En la Biblia, una vez muerto el pecador, o enemigo, el castigo puede seguir en su cadáver arrojándolo a los perros (Jezabel) o a los buitres: En el Beato de Facundo aparece esa idea con un pájaro negro, que come los glúteos de un muerto. Un manuscrito del siglo XIV de la Biblioteca Nacional de Paris muestra un ángel femenino en una nube de pájaros que se precipitan sobre una veintena de cadáveres.
Según un principio jurídico bíblico las culpas individuales pueden trasformarse en hereditarias y/o colectivas. Principio que se aplica en el Pecado Original, el diluvio, Sodoma, el Apocalipsis y en la muerte de Jesús. Entre las víctimas que aquel principio origina se cuentan las de inocencia más evidente, los chicos que caen junto a sus padres y que aparecen en los frescos y grabados que ilustran las peripecias bíblicas. Como si aquellos artistas quisieran acentuar las amenazas esmerándose en alcanzar las zonas más sensibles de los miedos humanos, reflejando la suerte reservada a la niñez en las Sagradas Escritura ("Bestias feroces os arrebatarán los hijos" (Lv 26,16); "Matad viejos, mozos y vírgenes, niños y mujeres, hasta que no quede ninguno" (Ez 9,16); "Sus niños serán estrellados y sus preñadas abiertas" (Os 13,16). "Con arcos tirarán a los niños y no tendrán misericordia de fruto de vientre, ni su ojo perdonará hijos" (Is 13,18). En el documento conciliar "Dei Verbum" se afirma que en la Biblia, "Dios sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos", CV 176).
Doré se ocupa del diluvio, el mayor castigo colectivo del Antiguo Testamento (sólo superado por el Apocalipsis que anuncia Jesús en el Nuevo) con tres grabados. Los dos primeros muestran las aguas que suben y, entre la gente que trata de salvarse, chicos que sus padres levantan para evitar el castigo. El tercero muestra las aguas que descienden, cadáveres de chicos hombres y mujeres y, en el medio, la paloma que Noé liberó, ave que para creyentes y ateos (fue usada en la campaña de izquierda contra la atómica en los años 50) simboliza la "paloma de la paz", con un ramo de olivo, volando sobre los muertos.
En un fresco de Miguel Angel, en la Sixtina, se ven las aguas subiendo, el arca en el fondo y mujeres con chicos llorando. En dos manuscritos iluminados paleocristianos, el "Génesis de Viena" y el "Pentateuco de Ashburnham", se incluyen diluvios con criaturas ya ahogadas o en tren de serlo. Los comentarios que hace el autor de la recopilación de estas imágenes, Kurt Weitzmann, reflejan la tendencia general de la crítica contemporánea de no detenerse a analizar las connotaciones éticas de estas obras, pues se limita a señalar algunos detalles técnicos como la diferencia de color entre los cadáveres de los ahogados y el de la gente que todavía sobrevive GM 76.
El tiempo no modifica en los ilustradores la suerte de la infancia bíblica. Siglos después de los manuscritos paleocristianos, en la Biblia de Schnorr de l860, en un diluvio de Menabuoni, en dos grabados de Athanasius Kircher y en otro de la colección Lozano, aparecen también los chicos como receptores del castigo. Schnorr muestra tres ángeles alados que arrojan baldes de agua desde el cielo sobre un grupo de personas, entre ellos dos chicos. Schnorr agrega un detalle, que no está en el Génesis: sobre el arca que aparece lejana, puso un ángel sentado en el techo con el brazo levantado saludando a los inundados.
El Apocalipsis, es ilustrado por Durero con un grabado que representa la lluvia de fuego y entre las víctimas una mujer con su hijo. Schnorr, en la ilustración de los "Cuatro jinetes del Apocalipsis" incluye bajo los cascos de los caballos a una madre con dos chicos. Doré, el artista que más se ocupa de la niñez, incluye en el grabado que recuerda la plaga de las tinieblas que cayó sobre los egipcios (Ex 10,22), a una mujer con un chico a su lado, a otra que lo arrastra sobre una escalera entre leones y cocodrilos. En otro grabado, este artista incluye a una madre con su hijo despedazados por los leones que Jehová mandó sobre Samaria para castigar a sus habitantes que adoraban a Baal (2R 17,26).
En una miniatura del siglo XII, de Godfreg de Croyland, que ilustra la Biblia de Editora Abril (BA 128), se representa la matanza que ordenó Samuel contra los amalequitas para vengarse de ellos porque varios siglos antes, cuando Israel se dirigía a Canaán, no lo habían ayudado. La miniatura muestra a una madre con su hijo en brazos y un soldado que clava su espada en el chico. Doré interpreta la matanza de los primogénitos egipcios, representando en su grabado al ángel exterminador que se retira dejando a sus espaldas varias madres con sus hijos muertos. Doré, elige entre las edades posibles a chicos de no más de un año. Giusto de Menabuoni, siglo XIV, también pinta madres con bebes muertos en su regazo. Schnorr, en cambio, representa chicos de diversas edades en medio de gente que llora, Moisés, un par de ángeles en acción, mujeres que piden clemencia, y, en primer plano, un perro primogénito muerto.
El asesinato de infantes, que ilustraba Biblias y manuscritos siglos atrás, embellece Biblias contemporáneas. Las editadas en fascículos se ilustran con obras del acervo católico sin ahorrar violencia. En la publicada por Abril, los versículos del Eclesiastés, que dicen que todo tiene su tiempo, tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de matar y tiempo de curar (Ec 3,2) se ilustran con una miniatura del siglo XIII que muestra soldados matando chicos y bebes, y a madres que intentan defenderlos BA 275. Hay también ilustraciones contemporáneas: "Mi Pequeña Biblia", Trillas, México 1987, clasificada como literatura infantil, incluye una ilustración del diluvio, inspirada en Doré, que muestra la muerte de madres e hijos.
La Biblia, admirada por creyentes y ateos, es una reserva de mensajes, de órdenes y advertencias, donde nace la Inquisición, el antisemitismo, la discriminación a los homosexuales y, ya más cercano nuestro, el Proceso, hechos que no son una deformación de las Sagradas Escrituras, como suele afirmarse, sino la aplicación de sus mandamientos: cuanto mayor es la severidad de los fieles más cerca están de la inalcanzable severidad de sus dioses.
Los autores de esos libros, la Iglesia que los mantiene vigentes, los artistas que los ilustraron, pueden haber actuado por un desorden ético o por una alteración mental, la locura. Esta posibilidad merece ser estudiada pues puede ser un atenuante de las culpas de los autores de esta “literatura fantástica”, y de quienes hicieron posible el éxito de sus doctrinas, por haber creado una religión que según Bertrand Russell "es una fuerza del mal" (BN56), de la que Sade dijo: "Examinemos con atención los dogmas absurdos, los misterios espantosos, las ceremonias monstruosas, la moral imposible de esa repugnante religión y veremos si ella puede convenir a una república" (Sad 22) y que según Saramago "nunca ha servido para acercar a las personas, sólo ha sido motivo para enfrentarlas unas a otras, para muerte, carnicería, crueldad y guerras".
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