
Así, en cumplimiento de la tercera geas, entro en el palacio de las mil columnas de Haon-Dor. Extraños y silenciosos eran aquellos salones... En ellos había formas sin rostro de humo y niebla que oscilaban a la deriva, y esculturas de monstruos representadas con miríadas de cabezas. En las bóvedas del techo, como si estuvieran prendidas de la noche, ardían las lamparas con llamas invertidas que asemejaban a la combustión del hielo y la roca. Un gélido espíritu del mal, tan antiguo que escapaba a la compresión humana del término, campaba a sus anchas por aquellas estancias. El horror y el miedo reptaban por aquellos suelos como serpientes invisibles, escapadas del sueño. Surcando el laberinto de cámaras... llego a una habitación alta cuyas paredes describían un círculo roto tan solo por el único portal que había cruzado. La habitación adolecía de falta de mobiliario, que consistía nada más que en un asiento encumbrado sobre cinco pilares que se elevaba por los aires sin que se pudiera llegar a él por medio de escaleras ni de ninguna otra manera; era como si sólo un ser alado pudiera llegar hasta él. Mas el asiento estaba ocupado por una figura envuelta en densas sombras que portaba sobre su cabeza y sus rasgos un sudario de aborrecibles tinieblas. El aspecto de Hastur varía enormemente según quien provea la descripción. Hay quien afirma que es medio hermano del Gran Cthulhu y que es de tamaño y forma parecidos. Hay quien lo ha retratado como una enorme y feroz bestia bípeda. Algunos estudiosos, al reparar en la apariencia de los elegidos de Hastur cuando el dios los posee con parte de su esencia, elucubran con la posibilidad de que se trate de un gigante abotargado carente de huesos, mientras que algún testigo ha llegado a describirlo como una entidad octópoda dotada de un semblante inmensurablemente espantoso. La única forma de Hastur de la que se puede dar fe es la de Rey de Amarillo, supuesto avatar de Aquel Que No Debe Ser Nombrado. El rey es pavorosamente alto (al menos 3 metros) y antinaturalmente escuálido, compuesto al parecer por completo de andrajos amarillos que ocultan el rostro de los que sea que acecha tras ellos. Tal vez Hastur sea la figura más incomprendida de todos los grandes integrantes de los mitos. Hay quien afirma que se trata de la encarnación del principio de la entropía, la inevitable tendencia de todas las cosas a migrar del orden al desorden o al caos. Otros aseguran que está relacionado con el determinismo, su opuesto exacto, la idea de que todas las cosas se atienen a la mecánica de la causa y el efecto, donde no tiene cabida la libre voluntad ni la divergencia del curso predeterminado. Un estudioso de los Mitos, al reparar en la naturaleza barroca de Carcosa y la popularidad del culto a Hastur entre las mentes creativas, expuso que la ciudad de Hastur es una entidad parasitaria que absorbe gentes y lugares y los transfiere a sí misma. La evidencia que refuerza esta última teoría estriba en el hecho de que las referencias más antiguas a Hastur aluden a un lugar, no a una entidad, lo que sugiere que el lugar es la entidad y que las demás manifestaciones son en realidad proyecciones de un emplazamiento genial particularmente poderosos. De ser esto cierto, el mandamiento de no nombrar a Hastur provendría no de la creencia de que el primigenio podría oír su nombre y fulminar al infractor, sino de la idea que sostienen que el creado genera poder. Al nombrar, y por consiguiente, personificar a Hastur, la entidad abandonaría su potencial existencia para tornarse real. Culto: Al igual que el Gran Cthulhu, Hastur es adorado por múltiples razas. Se cree que las llamadas semillas de Hastur son bestias octópodas que habitan el lago Hali. Los byakhee reciben a menudo el sobrenombre de Siervos de Aquel Que No Debe Ser Nombrado en los textos de los mitos, pero se desconoce si se trata de una raza que fue creada por Hastur o sencillamente, absorbida y esclavizada por él. El culto a Hastur alcanzó una breve popularidad durante el renacimiento, pero no ha dejado de crecer paulatinamente desde el periodo de finales del siglo XIX, cuando hizo su aparición la esquiva pieza de teatro El rey de Amarillo. Los que se consagran a Hastur suelen pronunciar el Juramento Innombrable, permitiendo que Hastur posea sus cuerpos en cualquier fecha posterior a cambio de algún favor o ayuda en el presente. Una secta numerosa y activa, la Hermandad del Símbolo Amarillo, medra en la actualidad, no como un grupo marginal de lunáticos que se reúnen furtivamente en almacenes abandonados, sino como un cónclave de influyente y acaudalados hombres de negocios y lideres políticos. Si Tsathoggua es el dios del declive, Hastur es el de la ascendencia.
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